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¿Cómo aprende

nuestro cerebro?

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El cerebro humano tiene cerca de 100.000 millones de neuronas*, que son las células especializadas por excelencia del sistema nervioso, y cada una de ellas puede establecer miles, o hasta decenas de miles, de conexiones con otras neuronas. El número de conexiones neuronales que se dan en todo el cerebro es exorbitante, aproximadamente 100 billones de conexiones neuronales. Todas estas conexiones son las que forman las densas redes neurales que conforman nuestro cerebro. Ellas se encargan de procesar toda la información que llega, ya sea del exterior como del interior del cuerpo.
La base neurobiológica del aprendizaje reside en estas complejas comunicaciones neuronales, dado que, cuando las neuronas se activan y se comunican entre ellas, el resultado final es percepción, movimiento, pensamiento y emoción. Dicho con otras palabras, «cualquier proceso mental, cualquier actividad de aprendizaje, cualquier idea o recuerdo que tenemos, cualquier emoción que sentimos, cada vez que decidimos una cosa u otra, o cuando planificamos el futuro, toda actividad mental va asociada a un patrón de conexiones neuronales concreto.» 
Cada patrón concreto de conexiones almacena todo lo que aprendemos. Si bien al nacer disponemos de determinados patrones de conexión dispuestos por nuestros genes, también es cierto que a medida que nuestra vida comienza, las experiencias individuales en nuestro propio entorno empiezan a influir en estos patrones de conexión iniciales: fortaleciendo y debilitando ciertas conexiones o creando de nuevas. 
Por consiguiente, cada nuevo aprendizaje modifica nuestro cerebro a través de la formación de nuevas conexiones o modificando las que ya tiene.
                                   Esta capacidad intrínseca de nuestro cerebro para modificarse (formar nuevas
                                   conexiones) y ajustarse (fortalecer o debilitar conexiones) es conocida como
                                   neuroplasticidad* y biológicamente existe para poder adaptarnos al entorno                                        (aprender) y sobrevivir. 
Las redes neuronales se modifican con cada nueva aportación, ampliándose y ajustándose para almacenar el nuevo aprendizaje. Es por esta razón que, a mayor cantidad de conocimiento, más complejas serán nuestras redes, ya que estarán más relacionadas unas con otras. Cuanto más transversal sea el aprendizaje, más fácil será adquirir los nuevos conceptos y más integrado quedará en nuestro cerebro, pues encontrarán un sustrato mucho más amplio y adecuado para echar raíces. Es decir, los aprendizajes transversales son más sencillos de memorizar y posteriormente recuperar, dado que provocan la activación y remodelación de varias redes neuronales, que actúan como base para relacionar lo aprendido con conocimientos anteriores ya adquiridos. La huella que dejan en el cerebro es más profunda.
David Bueno nos justifica lo anteriormente mencionado de la siguiente forma: «el cerebro no funciona de manera parcelada sino integrada, y cuantos más aspectos distintos integre un aprendizaje, más significativo será globalmente y mejor lo recordaremos y lo utilizaremos. La vida no es parcelada y el cerebro ha evolucionado para adaptarse a la vida.»
 
Al mismo tiempo, es importante mencionar que existe un grupo de neuronas
especiales en nuestro cerebro que nos posibilitan entender a los demás: las
denominadas neuronas espejo*.
En definitiva, nuestro cerebro aprende gracias a su capacidad intrínseca de crear y modificar conexiones neuronales (neuroplasticidad*) y a su habilidad de imitar y entender a los demás (neuronas espejo*).
 
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