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Educación emocional en la escuela
Como se afirmó anteriormente, llevar la educación emocional a las escuelas proporciona un mayor alcance del desarrollo de estas habilidades en la población, pero no sólo eso, sino que además, como ya se mencionó antes, alcanzar el bienestar personal y social es un objetivo fundamental de cualquier ser humano, entonces si entendemos que la educación es un proceso de aprendizaje para la vida, incluir la educación emocional en los centros educativos es fundamental.
Es imprescindible tener presente que, como bien expone Jesús C. Guillén, «las competencias emocionales y sociales no han de sustituir a las cognitivas, sino que las han de complementar.»
Diversos estudios de experiencias en programas de educación emocional implementados en las escuelas muestran que estos programas tienen efectos beneficiosos en el comportamiento y la actitud del alumnado, así como en su rendimiento académico y su salud mental.
Adicionalmente un estudio de 2017 en Estados Unidos constató que los programas de educación emocional pueden preparar al alumnado para, además de tener éxito en los estudios superiores, ser trabajadores productivos y buenos ciudadanos. Este aspecto se comentó en el apartado de Educación emocional con una cita de la Dra. Rosa Casafont, la cual exponía que la educación emocional hace de nuestra sociedad una sociedad más saludable.
Así pues, tanto el profesorado como las mismas familias tienen que formarse para poder ayudar a desarrollar las competencias emocionales de manera eficiente las futuras generaciones. Simultáneamente es crucial que haya un vínculo de colaboración entre ellos, ya que la educación de los más jóvenes es una responsabilidad compartida entre todos los miembros de la comunidad educativa.
“El propósito de las escuelas es enseñar habilidades para la vida”
Løgstrup, 1981

Un aspecto importante a tener en cuenta es que las competencias emocionales no son fáciles de adquirir. Se necesita tiempo (años) para poder automatizar la habilidad de gestionar de forma acertada las emociones negativas y escoger adecuadamente las respuestas dadas al experimentar dichas emociones. De modo que, tal y como manifiesta Rafael Bisquerra, «la educación emocional debe iniciarse en los primeros momentos de la vida y debe estar presente a lo largo de todo el ciclo vital.» Es por esto que es esencial «dedicarle la dosis necesaria con sesiones semanales de 45-60 minutos durante todo el curso y a lo largo de todos los cursos.» Siempre teniendo presente que, además de constancia, el proceso de aprendizaje emocional y social requiere adaptarse a cada momento de la etapa del desarrollo.
Esto sí, se ha visto en diferentes estudios que si los programas de educación emocional implementados no son de buena calidad, el impacto de estos se ve reducido. Por tanto, es imprescindible que el gobierno y los líderes educativos den soporte a estos programas, así como que haya una buena preparación y aprendizaje profesional para poder desarrollar una educación emocional de calidad en las escuelas y así ayudar al alumnado en la adquisición de las competencias emocionales que tanto les beneficiará a ellos mismos como a la sociedad donde residan.

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