Conocer el funcionamiento de cualquier realidad nos permite entenderla mejor y nos ayuda a hacer un uso más adecuado y eficiente de ella. Así es también con el cerebro. El estudio de Blackwell et al. en 2007 comprobó que los estudiantes a los que se les había explicado el funcionamiento del cerebro en el aprendizaje obtuvieron mejores resultados académicos, adquirieron creencias positivas sobre el esfuerzo y hicieron menos atribuciones de los éxitos a las capacidades innatas con las que uno nace. Esto hizo que delante del fracaso escogieran estrategias basadas en el esfuerzo para superarse.

 

Así pues, conocer cómo funciona el cerebro constituye un elemento motivador incuestionable. Y no solo motivador, sino liberador, ya que nos ayuda a deshacernos de creencias limitadoras (como es el caso de pensar que nuestros éxitos van unidos exclusivamente a nuestra capacidad intelectual heredada y que no podemos hacer nada al respecto).

 

Por lo tanto, conocer el funcionamiento de nuestro cerebro, además de ayudarnos a comprender qué pasa dentro de las cabezas de nuestros alumnos, también nos ayudará a entendernos mejor a nosotros mismos, a comprender cómo funcionamos y -si fuera necesario- a poder realizar los cambios oportunos.